Después de la muerte de su esposa, Henry se convirtió en un hombre amargado. Ya casi no sale de su casa en Odemira y no parece querer socializar con nadie. Pero un alcornoque en su propiedad empieza a atraer, poco a poco, a mucha gente, incluso gente de otros países que llega al Alentejo para trabajar en invernaderos. “Oye, esto no es una terraza”, exige Henrique, enojado, mientras los nuevos habitantes se sientan a la sombra del árbol. En medio de su indignación, es el propio alcornoque el que acaba uniendo diferentes culturas.
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