EDITORIAL: El relativismo moral deja una mancha en Canadá

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Un año después de que Hamas, catalogado por el gobierno canadiense como entidad terrorista, llevara a cabo el peor ataque contra judíos desde el Holocausto en Israel, la posición del gobierno de Trudeau sobre el conflicto en curso en Medio Oriente sigue tan confusa como siempre.

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Hubo un tiempo, bajo los gobiernos conservadores de Stephen Harper y Brian Mulroney, en que Canadá era un amigo y aliado confiable de nuestra democracia colega de Israel, lo que vemos reflejado en la claridad moral de Pierre Poilievre y los conservadores sobre el tema actual.

Donde no lo vemos es en el gobierno del primer ministro Justin Trudeau y los liberales.

Sería injusto decir que, bajo su mandato, Canadá se ha convertido en enemigo de Israel.

Pero sería justo decir que la posición de Canadá sobre el conflicto de Medio Oriente se ha convertido en una serie de ensaladas de palabras sin sentido y relativismo moral donde, al tratar de ser todo para todos, el gobierno federal no ha satisfecho a nadie.

El problema más grave –dado que Canadá no es un actor importante en Medio Oriente como Estados Unidos– es el efecto corrosivo que ha tenido en casa.

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Aquí, el odio contra los judíos ha estado rampante, alimentado por una campaña orquestada por organizadores y manifestantes pro-Hamás, a pesar de que fue Hamás quien lanzó un ataque no provocado contra Israel el 7 de octubre pasado, torturando, asesinando y secuestrando a más de 1.000 israelíes.

Culpar a los judíos de Canadá por la respuesta del gobierno y el ejército israelíes en Gaza es un antisemitismo clásico.

Es tan moralmente repugnante como culpar a los palestinos, árabes y musulmanes en Canadá por el terrorismo de Hamás.

Esos ataques terroristas han provocado un sufrimiento horrible a cientos de miles de palestinos inocentes, atrapados en el fuego cruzado porque Israel invoca su derecho a la legítima defensa.

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Ser testigo de esos acontecimientos utilizados para justificar actos de odio, intimidación y violencia contra los judíos en Canadá desde el 7 de octubre, sin señales de detenerse, es una vergüenza.

Esto debería haber sido enfrentado por las fuerzas del orden, con el apoyo inequívoco de los políticos de todos los niveles del gobierno, desde el momento en que comenzó.

No hacerlo ha dejado una mancha moral en Canadá, un legado terrible y permanente de lo que ha sucedido en nuestro país durante los últimos 12 meses.

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