Zahra tenía 16 años cuando los talibanes la arrestaron. “Me deshonraron”, dijo cuando regresó a casa. Una noche, su madre encontró su cama vacía y su padre descubrió su cuerpo: se había ahorcado. Sayeda, de 22 años, empezó a cobrar menos de la mitad de su salario para intentar mantener a los 25 empleados que tenía antes del cierre de su salón de belleza: ahora trabajan en secreto, no saben por cuánto tiempo.
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